El castro de El Raso (Candeleda, Ávila)
El castro de El Raso en Candeleda, Ávila, es otro de los yacimientos vettones que más han ayudado a comprender a este pueblo celtibérico cuya historia ha estado muy relacionada con las Guerras Púnicas y, por supuesto, con la expansión de Roma por la Península Ibérica. El yacimiento procede del siglo V a.C. aunque el castro que hoy día se puede visitar tiene una cronología algo posterior ya que el asentamiento inicial fue arrasado por los cartagineses en el siglo III a.C. en el marco de las Guerras Púnicas.
Tras esto, los habitantes de aquel poblado decidieron trasladar su lugar de vivienda a la zona en la que actualmente se encuentra el castro de El Raso. El lugar fue descubierto en 1931 y la mayor parte de lo que conocemos acerca de él se lo debemos a Fernando Fernández Gómez, quien ha realizado varios trabajos en el último tercio del siglo XX.
[Imágenes cedidas por Alfredo Castro]
La estructura defensiva del castro de El Raso
El castro de El Raso está rodeado por una muralla de dos kilómetros salpicada por varias torres y un gran foso. Además, en la zona alta del poblado se encontraba un bastión que hoy día sigue llamándose «el castillo» y más arriba, otra pequeña fortaleza llamada popularmente «el castillejo» y de la que apenas puede verse nada. Seguramente en estos dos lugares se alojaban pequeñas guarniciones ocupadas en vigilar la llegada de enemigos dado el amplio horizonte que puede observarse desde allí.
Todo este sistema defensivo seguramente estuvo motivado por la mala experiencia sufrida a manos de los cartagineses en su asentamiento inicial. Los habitantes del castro de El Raso no solamente cambiaron la ubicación sino que también fortalecieron su posición con muralla, foso y torres. Éste es uno de los motivos por los que Fernández Gómez defiende el número de 2.500 – 3.000 habitantes frente a los 1.000 que proponen otros autores. Según él, levantar ese sistema defensivo y mantenerlo requeriría una población grande que pudiera prescindir de un gran número de hombres para focalizarlos en la defensa y protección del castro.
Las calles del castro de El Raso
El castro de El Raso no tiene un sistema urbanístico tan definido como otros asentamientos de la Edad del Hierro en la Península Ibérica pero sí se observa la existencia de calles principales que parecen estar trazadas con cierta intencionalidad. Una de ellas atraviesa el poblado de Norte a Sur, otra de ellas circula de Este a Oeste y una tercera rodea las murallas. Además de las calles principales, existen callejones estrechos que parecen destinados a la evacuación del agua que caería de los tejados de las casas.
Las casas del castro de El Raso
Las viviendas del castro tienen unas dimensiones de entre 50 y 150 m2. Son de planta cuadrada o rectangular aunque solamente en la teoría; en la práctica sus plantas se aproximan más a rombos o trapecios por lo que seguramente las mediciones y cálculos se harían «a ojo» sin preocuparse demasiado en obtener medidas exactas.
Las bases de las casas estaban reforzadas con lajas de piedra y los tejados se cubrirían con paja y barro. Estas casas no disponían de ventanas, quizá para no amenazar la estabilidad de los muros, por lo que la luz procedería de la que entrara por la puerta. Al excavar el suelo de algunas casas se han encontrado restos de recipientes de cerámica por lo que se cree que podría haber existido una especie de rito fundacional antes de su construcción.
La gran mayoría de las puertas se orientan al Sur o hacia poniente, dejando detrás la sierra y, por tanto, los vientos fríos que venían de ella. El objetivo era conseguir el máximo de horas de luz y de calor. Como curiosidad, se observa que jamás la puerta de una casa queda enfrente de la de otra de modo que sus habitantes no puedan ver el interior de la casa de los vecinos, y la puerta de la entrada tampoco se alinea con la entrada a la sala principal. Quizá era una forma de buscar intimidad.
Una vez dentro de la casa, se abría un vestíbulo que daba paso a una sala principal, la cocina, en cuyo centro se encontraba el hogar, el fuego de la casa. A su alrededor se cocinaba, se trabajaba, se charlaba, se dormía y seguramente también se celebraban pequeños ritos religiosos domésticos. Existían otras habitaciones que parecían hacer las veces de despensa y almacén ya que se han encontrado varios restos de tinajas y otros recipientes.
Además de las casas familiares, existen otros edificios en el castro de El Raso que se han interpretado como talleres ya que son alargados, sin compartimentar y en su interior se han encontrado varios objetos referentes a actividades como la ganadería, la agricultura, el trabajo del hierro, de la madera, del cuero, del tejido…
Otro edificio exento se ha identificado con una especie de casa comunitaria o lugar de reunión y por último, la presencia de estructuras circulares y sin puerta se han interpretado como despensas ya que suelen estar cerca de pequeñas casas exentas que quizá no tenían sitio para guardar alimentos.
La sociedad del castro de El Raso
Según los hallazgos en el yacimiento, no se puede hablar de una sociedad fuertemente jerarquizada sino más bien igualitaria. Evidentemente, no hay que tomarse esto al pie de la letra: los habría más ricos y más pobres pero no parece que la diferencia entre unos y otros fuera demasiado grande. Se cree que las diferencias, más que sociales, se basaban en la edad. Por un lado existirían los jóvenes guerreros jefes del ejército y por el otro, los sabios ancianos encargados de guiar y aconsejar.
Ya hemos visto que las casas parecían apiñarse en núcleos familiares y esto se observa también en la necrópolis del asentamiento que fue incendiado por los cartagineses ya que, al igual que las casas, las tumbas también se agrupan. Esto nos hace pensar en la importancia del núcleo familiar y en la existencia de clanes o grupos unidos por una ascendencia común.
No se ha encontrado la necrópolis que pertenece al castro de El Raso que vemos hoy día lo que puede deberse a dos cosas: a un cambio de localización que aún no ha sido encontrado o a un cambio en el tratamiento de los muertos. Estaríamos hablando de la exposición de cadáveres ante los aún numerosos buitres de la zona aunque aceptar esta última teoría forma parte de otra discusión.
Otra cosa que se puede decir de los vettones que habitaban el castro de El Raso es que estaban abiertos a las influencias externas ya que se han encontrado objetos procedentes del Mediterráneo oriental que llegarían hasta ellos a través del comercio y también otros originarios de los pueblos del sur peninsular. A esto tenemos que unir la evidencia de la influencia romana en los momentos previos al abandono del castro ya que se han encontrado monedas romanas e inscripciones en caracteres latinos como las que aparecen en las aras del cercano santuario al dios Vaélico.
El final del castro de El Raso
En el año 61 a.C., Julio César es nombrado gobernador de la Hispania Ulterior y una de sus primeras medidas es obligar a los vettones a abandonar sus asentamientos altos y protegidos por otros situados en las llanuras. Los habitantes del castro de El Raso se verían obligados a cumplir con esta medida y abandonarían su lugar de vivienda para trasladarse a un lugar que aún nos es desconocido. Sin embargo, parecían tener esperanzas en regresar ya que se han encontrado pequeños objetos de valor escondidos bajo los suelos de las casas, como si no quisieran llevarlos consigo por si eran confiscados por los romanos. Destaca entre todos el Tesorillo de El Raso, un conjunto de monedas y joyas de plata halladas bajo el suelo de la casa llamada A2.
Bibliografía
FERNÁNDEZ GÓMEZ, F., (2005) Guía Castro de El Raso (Candeleda, Ávila), Cuadernos del Patrimonio Abulense nº 5, Institución «Gran Duque de Alba», Diputación Provincial de Ávila
FERNÁNDEZ GÓMEZ, F., (2009) Evolución y cronología de El Raso (Candeleda, Ávila) en Zephyrus, nº 39
Castros y Verracos: guía arqueológica de la provincia de Ávila